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LITERATURA
Y MUJERES
Destino.
Barcelona, 2000. 246 páginas.
El
libro de Laura Freixas alcanza mayor altura es en las páginas
que analizan las aportaciones de las mujeres a la literatura.
Sucede, por ejemplo, con la conversión en motivo literario
de aspectos antes inexplorados, como las relaciones entre madres
e hijas
Pertrechada
con una nutrida bibliografía, Laura Freixas aborda en este
ensayo ciertas cuestiones capitales acerca del papel de la mujer
en la historia literaria, de sus aportaciones como creadora y
del frecuente desdén -enmascarado a veces mediante actitudes
de indulgente consideración- que sus obras han suscitado
en un territorio tradicionalmente habitado y regido por hombres.
Los múltiples rumbos en que se expanden las reivindicaciones
feministas han dado lugar en los últimos años a
un fenómeno editorial que se ha extendido como una moda
y que ha sido aprovechado a menudo con fines mercantiles. Pero
ni siquiera este hecho innegable logra empañar las razones
básicas que asisten a muchas mujeres –y a no pocos
hombres- en su pugna tenaz contra una marginación secular.
Naturalmente, tendrán que cambiar muchas cosas, empezando
por las orientaciones educativas –que ahora, simplemente,
no existen-, base de cualquier transformación social que
no sea puro maquillaje. Mientras tanto, urge ir creando los sustratos
de conocimiento -históricos, teóricos- que permitan
afrontar la cuestión sin prejuicios, con actitudes nacidas
del raciocinio y no de la exhibición hormonal.
Este
libro constituye una aportación de esa naturaleza. La parte
que podríamos denominar histórica -de menor interés-
recae en reflexiones ya muy repetidas, lindantes a veces con el
consabido inventario de agravios, acerca del tratamiento lexicográfico
de la voz "mujer", o de la escasa presencia femenina
en instituciones como la Real Academia Española. Cuanto
se dice es cierto, pero no es toda la verdad, y convendría
matizar algunas observaciones. Así, junto a la ausencia
de mujeres en la Academia hasta hace pocos años -como,
en definitiva, en muchos sectores: el ejército, la judicatura
o el gremio de conductores de taxi, por ejemplo-, cabría
recordar otras ausencias, en este caso de escritores varones que
tampoco llegaron a ocupar un sillón: Unamuno, JRJ, Ortega,
Gabriel Miró, Azaña... La lista podría alargarse
con facilidad, lo que hace sospechar que acaso la condición
de mujeres no haya sido en algunos casos el único obstáculo
opuesto a una posible candidatura femenina. (Y existen casos de
notables escritoras que han desoído insistentes cantos
de sirena procedentes de la Academia, porque no todas -ni todos-
aspiran al ingreso, aun contando con méritos sobrados).
También
son delicados y hasta arriesgadísimos los argumentos lingüísticos.
La autora recuerda que el diccionario académico suele precisar,
cuando se define una prenda de vestir femenina, que es propia
de mujeres, "mientras que la precisión correspondiente
se omite en las masculinas" (pág. 142). Sería
fácil rebatir esta afirmación remitiendo sin más
a la definición académica de "calzoncillo",
que la autora soslaya para buscar otras prendas menos comunes,
como alquinal -"toca o velo que usaban por adorno las
mujeres"- o chaconda -"tela [...] con que solían
vestirse las mujeres"-, frente a voces como albengala y almilla,
en las que no se considera necesario subrayar que corresponden
a la indumentaria masculina. Pero la realidad es que sí
se dice, aunque de otro modo. En albengala se indica que era un
lienzo "que por adorno usaban los moros españoles
en los turbantes". ¿No habría sido superfluo
añadir que era prenda de varones? En cuanto a la almilla,
la caracterización académica aclara, después
de señalar que se trata de una especie de jubón:
"Poníase debajo de la armadura". ¿Resultaba
necesario añadir después de esto que era una prenda
masculina? No soy un defensor acérrimo de las definiciones
académicas, muchas de las cuales necesitan una revisión
a fondo. Pero las de estos vocablos son irreprochables.
Donde
el libro de Laura Freixas alcanza mayor altura es en las páginas
que analizan las aportaciones de las mujeres a la literatura.
Sucede, por ejemplo, con la conversión en motivo literario
de aspectos antes inexplorados, como las relaciones entre madres
e hijas, y también se advierte un cambio notable en estatuto
de los personajes femeninos; la mujer aparece vista por si misma
y no a través de su relación con los varones. Esa
aportación de un punto de vista y unas vivencias que, naturalmente,
son distintas de la perspectiva del varón tiene que ser
forzosamente enriquecedor, como lo fue hace años la irrupción
en el terreno de la creación artística de ciertas
minorías étnicas y religiosas tradicionalmente marginadas
y de escaso o tardío acceso a la literatura. Los recelos
-que existe, en efecto- ante la propagación de mujeres
escritoras son absolutamente infundados o producto de una histeria
incurable. Contra lo que necesitamos todos precavernos es contra
la mala literatura -de mujeres o de hombres- y contra el proceso
de mercantilización que tanto ayuda a dar gato por liebre.
EI libro de Laura Freixas resulta muy esclarecedor, y el apasionamiento
que aflora en muchas páginas no le resta clarividencia
ni razón. Hay que decir que, a pesar de todo, estamos mucho
mejor que antes en el camino de la deseable equiparación.
Muy cerca de nosotros, en países con los que mantenemos
buenas relaciones o que visitamos como turistas, las niñas
nacen condenadas sufrir la ablación del clítoris,
y a partir de ese momento se abre un abismo diferenciador con
respecto a los varones. Nosotros, en cambio, discutimos sobre
la incorporación de la mujer a la esfera de la creación
artística.
Ricardo Senabre
El Cultural (El Mundo), 25/9/00 |