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Un verdadero diario íntimo

por Manuel Alberca

El género del diario íntimo no tiene suerte entre nosotros. Los escasos diarios verdaderos publicados pasan casi siempre sin pena ni gloria, en cambio algunos de menor interés logran la atención de la prensa o de la crítica literaria. A veces por algún motivo extraño o escandaloso, otras porque se presentan como novelas. No exagero. Hace poco Tereixa Constenla escribió un reportaje sobre los diarios en español publicados recientemente bajo el título de «Novelas del ego» (El País, 8.10.2013). Tal vez esta forma de titular sea una simple ocurrencia de la periodista o una forma errónea de llamar la atención, en cualquier caso, creo que no le hace justicia al género, y desvirtúa su específico sentido literario. En esta crónica había algunas cosas chuscas. Por ejemplo, Andrés Trapiello decía que escribía diarios y publicaba novelas. Debe ser porque subtitula las entregas del suyo Una novela en marcha. ¿En marcha? Tal vez, pero con el freno de mano de la intimidad echado. No es el único entre nuestros diaristas que, cuando pretenden representarse, se autorretrata en escorzo. Uno de los mayores obstáculos para que la autobiografía en España se gane el reconocimiento que goza en otros países literariamente desarrollados reside en el menosprecio con que los propios autobiógrafos despachan el género. Con diaristas así el diario no necesita enemigos, y un verdadero diario íntimo, como el de Laura Freixas, corre peligro de pasar desapercibido.

Sabíamos que L. Freixas era una diarista de continuidad, que lo llevaba desde hacía décadas, pues había publicado algún fragmento, y que tarde o temprano, vista también su trayectoria de ensayista y traductora del género (Virginia Wolff, Amiel o Gide), acabaría publicándolo. Ese momento ha llegado con Una vida subterránea, en donde recoge las anotaciones de 1991 a 1994, un periodo en el que, además de cambiar París por Madrid como lugar de residencia, comienza a dirimir algunas de las dudas y cuestiones pendientes de su vida adulta, urgida a partes iguales por el deseo de ser madre y de dedicarse profesionalmente a la literatura. Dos dedicaciones que podrían parecer contradictorias o dar pie a contradicciones insalvables. Freixas cuenta cómo hizo frente a este doble reto, y cómo lo fue resolviendo gracias a un afán admirable y a un activo feminismo, que no se paró en los estereotipos, sino que encontró su camino al concebir la maternidad y la creación literaria como un campo de intervención social propio de la mujer. Dicho así esto parecería un camino de rosas, pero basta leer el diario para saber que el dolor, el riesgo, la fragilidad, la inseguridad y la contradicción fueron una asechanza continua: “Me siento una señora burguesa que escribe como otras van a la peluquería”. Buscó salida a sus dudas en el desafío de llegar a ser escritora y en la autonomía que la literatura le podría dar. Sin embargo, el diario avanza hacia el final, pero la vacilación y la angustia no terminan, un ritornello de insatisfacción lo jalona hasta el cierre: “Es como si mi cerebro estuviese desconectado de mi cuerpo”. Este diario es la crónica personal de cómo una mujer lucha por llegar a ser independiente, y en este sentido no confunde, no engaña ni promete nada más que lo es capaz de dar: autenticidad y verdad. Dice Philippe Lejeune que “un diario es una serie de huellas fechadas”,  por tanto, un proyecto vital animado por la aspiración de registrar lo vivido, escrito al hilo de los días. Tal vez los diaristas no saben siempre por qué lo escriben, pero Laura Freixas nos confirma que lo llevaba con la secreta esperanza de descubrir en la continuidad de las anotaciones el sentido que tenían los hechos, que no alcanzaba a comprender cuando los estaba viviendo.

¿Se lleva un diario igual cuando se escribe para sí mismo que cuando se prevé publicarlo? Seguramente no. Laura Freixas confirma en el prólogo que este que ahora leemos comenzó a escribirlo con el convencimiento de que alguna vez llegaría a publicarse sin saber cómo ni cuándo. Y sin embargo, ahora al verlo preparado para la imprenta, le produce perplejidad. ¿Qué cambia o contradice la edición de un diario? O como la autora se pregunta: “¿Es esto mi diario o un libro?” Con la publicación el diario pierde muchos elementos particulares que lo hacen único. En la imprenta se pierden algunas de sus señas de identidad como el soporte original, sus posibles elementos gráficos que la imprenta uniformiza, se pierde en definitiva la subjetividad del diarista, hecha forma, color, obsesión o fetichismo: tipo de papel o de cuaderno, color de la tinta, recuerdos u objetos añadidos, etc. Ante su diario publicado, el diarista debe experimentar una sensación similar a la del artista cuando ve un dibujo o una pieza única que han reproducido en serie. Pero, ¿y el contendido? ¿Qué le ocurre al texto escrito en la soledad y el aislamiento de la habitación personal al hacerse público? En esta ocasión Freixas asegura que no lo ha corregido, que por no corregir no ha cambiado expresiones que ahora le desagradan y molestan (‘uno’ para referirse a sí misma en lugar de la más lógica ‘una’). Sin embargo, advierte que ha preferido, para salvaguardar la privacidad de terceros y sin ninguna intención de cálculo ni intriga, velar, tras iniciales o cambios de nombre, la identidad de algunas personas que aparecen en el diario. Y segundo, ha eliminado fragmentos que consideró inoportunos o indiscretos. Pero Una vida subterránea resulta un diario emotivo, sincero y literario, de los que en la literatura española no estamos sobrados, y una lectura obligada para los amantes del género.

Clarín, núm. 108, noviembre-diciembre 2013