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Laura Freixas

El País, 3 de Mayo de 2008

 

LA MARGINACIÓN FEMENINA EN LA CULTURA

¿Por qué hay tan pocas mujeres en el mundo de la cultura? Según un estudio que acaba de presentarse, de las películas españolas de los últimos años (2000-2006), sólo un 7 % han sido dirigidas por mujeres (Fátima Arranz: Mujeres y hombres en el cine español). La lista de los libros más vendidos en España en una semana cualquiera (ABC, 29-3-08) incluye una mujer entre 10 en ficción y dos en no ficción: 10 % y 20 %. De las 43 exposiciones individuales organizadas entre 2002 y 2005 por la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior, sólo dos (5 %) llevaban firma femenina (Manifiesto Arco 2005). En los medios de comunicación, aunque son mujeres el 46 % de los profesionales, sólo ocupan un 24 % de los puestos directivos (Informe Anual de la Profesión Periodística, 2006). En teatro, de entre los candidatos a los Premios Max de Artes Escénicas 2008, las mujeres son minoritarias en casi todas las categorías, especialmente directores (25 %) y autores (19 %) (www.projectevaca.com).

Antes del siglo XX, el hecho de que muy pocas mujeres fueran pensadoras o artistas no tiene mayor misterio: no tenían la educación necesaria. Pero son ya varias las generaciones nacidas, o al menos, formadas, en democracia; hay hoy más licenciadas universitarias que licenciados; y sin embargo, ni siquiera en los campos más feminizados -como la literatura, con décadas de mayoría femenina entre estudiantes y lectores- nos acercamos, ni de lejos, a un igual protagonismo. Llama la atención por ejemplo que los premios nacionales creados en 1977 apenas hayan reflejado evolución alguna: en sus diez primeras convocatorias, el Nacional de Ensayo, de Poesía y de Narrativa sumaron 29 varones galardonados y una mujer (3 %); en las diez últimas (1998-2007) 4 mujeres entre 30 (13 %).

Nos interesa fijarnos en la cultura porque es ahí donde mejor vemos cómo actúa un factor difuso, pero muy poderoso: la ideología patriarcal. Ahora bien: ¿cómo identificarla? Sería una grosera simplificación confundirla con la ideología de derechas. Pero si no se halla –o no sólo- en tal o cual catecismo o programa de partido, ¿dónde se formula?

En el lenguaje. El lenguaje nos enseña muchísimo sobre el valor que la sociedad patriarcal asigna a cada sexo, y que se basa en tres axiomas. Primero: el varón encarna todo el género humano (el hombre), la mujer sólo una parte. Ellos pueden hablar en nombre de todas y todos; ellas sólo se representan a sí mismas. Segundo: el hombre se define como un ser social, cultural (hombre de Estado, hombre de negocios, hombre público…), la mujer se identifica con la naturaleza (ser mujer significa menstruar), la sexualidad (mujer pública) y su relación con el varón (mujer=esposa). Tercero: lo masculino es visto como intrínsecamente positivo (hombre de pelo en pecho, ser todo un hombre…), lo femenino como negativo, como lo atestiguan las numerosas voces peyorativas que se aplican a las mujeres: pendón, arpía, maruja….

Lo cual se refleja con toda claridad en el discurso dominante. Véase por ejemplo el titular: “Un islamista, su mujer y su hermana mueren en un atentado suicida” (El Mundo, 30-4-05): la ideología niega la evidencia (tres personas mataron y murieron por motivos políticos) para sustituirla por sus categorías prefabricadas: el varón se define por su relación con instancias abstractas (un islamista), las mujeres, por su relación con los varones. En literatura, el campo que conozco mejor –pero estas observaciones son fácilmente extrapolables-, se habla de “literatura de mujeres”, no para oponerla a la “literatura de hombres” (no existe esa etiqueta) sino para distinguirla de la “Literatura” a secas: lo masculino no es visto como masculino, sino como universal, mientras que lo femenino se interpreta como particular. Por eso obras literarias excelentes son excluidas de los cánones: al haber sido escritas (y especialmente si son, además, protagonizadas) por mujeres, se ven, inconscientemente, como algo de interés puramente sectorial.

Estas consideraciones pueden servirnos también para aclarar un gran misterio. Si, como hemos visto, la participación femenina en la cultura es mínima (hay lectoras y espectadoras, desde luego, pero en términos relativos muy pocas escritoras, directoras de cine, compositoras…), ¿cómo se explica la insistencia de los medios en proclamar, a bombo y platillo, un supuesto triunfo? Citemos algunos titulares, todos de este periódico aunque podrían ser de cualquier otro: “Los libros son cosa de mujeres. Leen más que ellos y dominan el mundo editorial” (23-4-00), “El cine es de las mujeres. Ellas toman el mando” (1-2-04), “La revolución musical de 2008 es cosa de chicas” (8-2-08)… La clave nos la da una vez más la ideología patriarcal: si las mujeres son la parte y los hombres el todo, cualquier incremento de una mínima presencia femenina es visto, no como un avance hacia la normalidad (de la que estamos aún muy lejos, si por tal se entiende el 50 %), sino como una anomalía. Que se espera pasajera, a juzgar por la palabra tan a menudo empleada para definir la nueva situación: “moda”.

Digan lo que digan los medios, sabemos –cifras en mano- que la presencia femenina entre los agentes culturales sigue siendo muy minoritaria. ¿Y cómo, insistimos en preguntarnos, se perpetúa esa marginación, cuando ya hace tiempo que las facultades de artes y letras son mayoritariamente femeninas? Veámoslo con un ejemplo al azar: un artículo sobre la biografía como género, publicado en una revista de pensamiento (Letras libres, enero 2008). El texto, por lo demás brillante, contiene más de 60 nombres. Entre ellos sólo dos femeninos. ¿Es que no ha habido en la historia mujeres biógrafas o biografiadas? Si las ha habido, ¿es que no han alcanzado la excelencia que las haría dignas de mención? Y si no las ha habido, ¿por qué no las ha habido?... Lo importante no es tanto la respuesta que se dé a estas preguntas, como el hecho de que el autor del artículo ni siquiera las plantea. Después de eso, que en el índice de la revista en cuestión encontremos sólo 3 colaboradoras entre 36 (8 %) ya no puede ser una sorpresa. Es decir, que la ausencia de mujeres entre los creadores de cultura produce unos contenidos que naturalizan, legitiman, la ausencia de mujeres, y viceversa. Para romper este círculo vicioso, no basta que aumente, durante varias generaciones, el número de mujeres con estudios. No basta que cambie la realidad, si la ideología patriarcal no sólo distorsiona nuestra percepción de lo real, sino que actúa sobre la realidad, frenando nuestro avance. Así, las noticias antes citadas sobre un supuesto “dominio” femenino en el campo de la edición, la música o el cine tienen un efecto desmovilizador: cuando exigimos mayor presencia, nos contestan: “Pero ¿qué más queréis?”…

Si la exclusión o marginación de las mujeres en la cultura afectara solamente a las profesionales de la cultura, estaríamos ante un simple problema gremial. Pero sería un grave error verlo en tales términos. Pues una cultura que invisibiliza a las mujeres –o las ridiculiza, o trivializa sus preocupaciones- no perjudica sólo a las poetas o las compositoras, sino a todas. Cuando los políticos se preguntan, desesperados, qué se puede hacer para frenar la violencia de género, habría que sugerirles que no vayan sólo a los juzgados, sino al cine. Allí verán cómo en las películas dirigidas por hombres –no así, nunca, en las dirigidas por mujeres-, la violación y los malos tratos se presentan con frecuencia en clave de humor (Pilar Aguilar: Mujer, amor y sexo en el cine español de los 90). ¿Se imaginan que alguien hiciera lo mismo respecto al terrorismo?... Este ejemplo debería bastarnos para empezar, por fin, a darnos cuenta de que todo el esfuerzo que se está realizando en cuanto a malos tratos, igualdad salarial o paridad política, se arriesga a ser insuficiente –por no decir saboteado- si no nos tomamos en serio la igualdad en la cultura.

Laura Freixas, escritora, es autora de Literatura y mujeres.
www.laurafreixas.com