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LAURA FREIXAS: "LA CULTURA TE PERMITE UN PLACER QUE NO SE AGOTA CUANDO SE AGOTAN LOS OTROS PLACERES".
Pedro Vallín (Madrid)
La
escritora Laura Freixas publica 'Los otros son más felices', una novela
sobre el descubrimiento de una joven de La Mancha del mundo
La carrera de Laura Freixas
es fruto del esmero por mantenerse firmemente anclada en el compromiso
con una literatura que es y quiere ser femenina. Freixas nunca ha
disimulado que le interesa proponer la mirada de la mujer sobre el
mundo y sobre la propia condición femenina, una perspectiva bien escasa
en la historia de la literatura, incluso en la historia de la
literatura hecha por mujeres, y habría que decir, también en la hecha
para mujeres. Los otros son más felices
(Destino), su cuarta novela, es un relato de iniciación, el de una
joven, Áurea, radicada en un pueblo de La Mancha pero habitante del
Madrid del tardofranquismo, a la que su madre envía a casa de unos
familiares ricos y cultos en Cadaqués. Es pues una novela sobre el
descubrimiento del mundo.
Su novela puede funcionar como una lectura complementaria del clásico Nada
de Laforet, porque aunque la condición social no sea la misma, el
descubrimiento del mundo de Laforet está contado en el inmediato,
mientras que en su novela pese mucho que se trata de un relato
retrospectivo.
Oye pues es una buena comparación, no se me había ocurrido y claro me honra, porque Nada
es una gran novela. Es verdad, ahora que lo dices seguramente me haya
influido en ese planteamiento de una chica joven que llega de otra
región de España a casa de una familia catalana que no comprende. Es
verdad, ¿cómo no se me había ocurrido?
En el tono con el que se retrata a la familia de origen, la madrileña,
en el modo en que Áurea habla de sus padres, hay lucidez, pero no hay
amargura, algo extraño en un personaje como éste que forma parte de esa
gran cantidad de españoles a la que sus padres proporcionaron una mejor
formación de la que ellos disfrutaron.
Piensa que habla una
mujer que tiene cuarentaytantos años, es decir, una mujer que ya ha
superado la vergüenza, ese pudor del que tú hablas, el revanchismo, la
severidad... Áurea a los 14 años no habría sido capaz de escribir esto
porque no tenía el vocabulario ni la mirada crítica. Ella lo vive de
una manera muy visceral y sólo con los años, la cultura, los viajes, el
vivir en otro país, ver la evolución de su propia familia y de la
otra... con todo eso adquiere esa mirada serena, crítica, inteligente
(espero), imparcial... y esa distancia temporal y emocional es
importantísima en el libro.
¿Por qué decidió que fuera una interlocución, un explicarle las cosas a alguien?
Es que no veía otra alternativa. Cómo cuentas esta historia, con qué motivo, a quién se la cuentas...
Porque siempre quiso que fuera en primera persona, entiendo.
El primer día, que me
acuerdo que estaba yo en Liverpool en una biblioteca un primero de
agosto, medio cerrada por vacaciones y por obras, con las sillas encima
de las mesas, yo estaba en Liverpool sola... es una larga historia. El
primer día hice una tentativa de primera persona y tercera persona y me
gustó más la primera. Pero claro, a santo de qué alguien cuenta esto.
Tenía que haber como un pretexto y luego yo soy muy conversadora con
mis amigos, me encantan las conversaciones largas con un puñado de
buenos amigos que tengo y me parece que ahí sale lo más profundo de lo
que uno sabe sale cuando lo cuenta, cuando lo cuenta alguien con una
capacidad de escucha inteligente. Otro motivo fue porque toda novela
necesita tener cierta intriga por cortesía hacia el lector, tienes que
ofrecerle un motivo inmediato para pasar la página y eso puede ser algo
que no sabe. Entre paréntesis: no quiero hacer una novela que se agote
en la intriga, que sea solo intriga, porque esas novelas creo que no
tienen interés, pero la intriga es la parte más superficial d la
novela. ¿Cómo hacer una intriga sin recurrir a golpes de efecto, a
acontecimientos extraordinarios, crímenes, etcétera? Pues se trata
simplemente de dosificar la información. Por ejemplo en el primer
capítulo no hay gran cosa, sólo se describe a una familia. Pero sin
embargo sí hay dos intrigas, la primera es con quién habla la
narradora, que se mantiene hasta la mitad de la novela. Y la otra
intriga, que está inspirada en el Tartufo de Moliére en cuyo primer
acto se habla de un personaje que no aparece. Y aquí se habla de una
familia que se conoce.
¿Respondía a ese motivo el hecho de que no hubiera respuesta, que sólo escuchemos lo que dice Áurea?
Eso tiene que ver en el
fondo con el tema de la novela que es que los otros nos sirven de
espejo, en realidad no vemos a los otros. El personaje que escucha
realmente le sirve a la narradora para entenderse mejor a sí misma, de
hecho funciona un poquito como psicoanalista. Le sirve para escucharse.
Al ser una conversación, el libro es transcripción oral y esto limita
las veleidades literarias, por así decir, aunque en realidad es un
facsimil y sí que es literario, y a la vez es un guiño a la
preliteratura, es decir, al arte de contar, las historias han de ser
contadas...
Bueno, la elección de
esa fórmula de transcripción impone unas normas, que no son ni mejores
ni peores que otras, efectivamente te prohíbe cierto ensimismamiento,
un estilo demasiado elaborado, te obliga a un estilo que suena hablado,
natural, incluso con incorrecciones gramaticales, frases sin terminar.
Esa naturalidad a veces requiere más trabajo, ¿Ha sido así?
Me lo contaba a mí misma
en voz alta y lo escribía tal y como lo contaría. Además eso te obliga
a explicar más las cosas, hacerte entender. Y en este caso se dirige a
una persona extranjera, y eso también lo elegí porque creo que lo he
hecho pensando en mis hijos, mis hijos como generación no porque sean
los míos, para los que la España de los años setenta hoy nos parece un
país extranjero. Si se lo explicara a alguien de la generación de mis
hijos le daría las mismas explicaciones que la narradora le da a una
persona extranjera porque esa España ya no existe, entonces requiere
ser explicada.
¿Qué hemos ganado y perdido en esto? Porque habla de la España del gran
salto, los que nacieron en una España y viven en otra distinta.
Efectivamente, esa es una buena definición, es la España del gran salto adelante.
Lo es en lo económico y en todo lo demás. Su personaje es algo
intermedio entre los que nacieron para un mundo que luego desapareció y
los que sólo han conocido la España democrática.
En los años setenta
convivían ya dos Españas una que ya ha dado el salto y otra que no. Mi
narradora es de pueblo, vive en Madrid pero en una familia muy apegada
al pueblo, es de clase media baja y monolingüe. Y en cambio aterriza en
casa de otra familia que siempre ha sido de clase alta, que siempre ha
viajado, para ellos el gran salto es una versión de lo que ya venían
haciendo.
En su novela está reflejado algo muy cierto y que cambió luego de forma
sensible: Madrid por entonces era muy rural, una especie de agregación
de gente de pueblos. Casi la antítesis de lo que ocurre ahora.
Es cierto sí,
efectivamente, y ahora es cosmopolita, una ciudad plenamente anónima,
cosa que hoy no ocurre en Barcelona por ejemplo, donde rápidamente te
preguntan de qué familia eres y donde veraneas y te hacen el retrato,
algo que a mí me agobiaba un poco. El Madrid de los setenta era un
Madrid que era muy pueblo, se notaba que había mucha gente que venía
del pueblo y que mentalmente todavía estaba en el pueblo. Es un tipo de
gente que todavía se ven en Madrid, aunque hoy sea efectivamente la
única ciudad realmente anónima y cosmopolita de la península; sobre
todo los viejos, es un tipo de viejo que no ves en Barcelona. Aquí ves
viejas de luto, viejos con alpargatas y con boina sentados en los
parques que serán de pueblo toda su vida. Eso en los setenta se notaba
mucho, entonces la narradora de mi libro aunque haya nacido en Madrid
se siente muy pueblerina en comparación con los elegantes y cultos
catalanes. Y te diré más, de hecho, cuando yo empecé a escribir la
novela, su familia venía de Castilla La Vieja, que es de donde viene mi
familia materna, pero luego lo cambie a La Mancha por el nombre, porque
ella lo siente como una mácula. Y quería huir del tópico. En cambio,
Madrid se ha hecho más cosmopolita y más anónimo, se ha beneficiado de
su condición de capital, y del crecimiento demográfico tan brutal, le
ha perjudicado urbanísticamente porque ha crecido a tontas y a locas,
muy mal...
Y el estar en mitad de Castilla, que es un espacio despoblado y llano.
Eso se nota más en el sur de Madrid, porque el norte está limitado por
la sierra.
Es un poco el Far West,
vas por el llano y ahí se levanta de pronto Madrid. Barcelona por eso
me sigue pareciendo una ciudad mucho más bonita y elegante y más
refinada, pero Madrid se ha beneficiado de ese crecimiento y hoy tiene
una oferta cultural espléndida. Yo no voy a mover de Madrid entre otras
cosas por eso, aparte de razones más personales. Y en cambio Barcelona
ha conservado una característica muy ambivalente, que tiene bueno y
tiene malo: no se ha borrado la distinción entre nosotros y los otros.
Eso lo sé muy bien porque en mi familia hay las dos. Una parte de mi
familia es claramente nosotros, los catalanes de toda la vida que nunca
nos hemos movido de aquí y siempre hemos sido de ciudad. Y los otros,
que son los que han llegado de fuera con una mano delante y otra
detrás, que es mi familia materna, que son castellanos muertos de
hambre.
Y Barcelona opera como el balcón al mundo. En la novela es un puente
literalmente, porque es el lugar desde el que la protagonista se va a
Londres.
Efectivamente es así, y
también confluye ahí un factor social, la clase: el verdadero
privilegio de los ricos es la riqueza espiritual. Otra cosa es que lo
usen o no, pero disponen del acceso. Eso también es más propio de los
setenta que de ahora, porque hoy todo el mundo viaja, todo el mundo
tiene acceso al arte y a la cultura. Pero en los setenta estaba muy
marcado: sólo los ricos tenían esa apertura mental. La narradora
descubre una familia muy volcada en la belleza, una familia para la que
la belleza es un valor. Tanto en la forma de decorar la casa y vestirse
como la belleza artística. Y ese es un valor que en su familia no está.
Hay un tópico y un antitópico, que por tanto también es un arquetipo,
sobre la relación de la cultura y el bienestar con la moral: de un lado
parece que detrás de toda fortuna hay un crimen, como dijo Balzac, y
por otro está el antitópico, que es Victor Hugo: que la miseria
material convoca la miseria moral. Usted evita hacer un juicio
sumarísimo sobre la familia catalana.
He intentado con
esfuerzo de verdad que esta novela no sea maniquea, que todo el mundo
tenga sus sombras y sus luces, todo es según del color del cristal como
decía Campoamor, y hay ciertos juicios pero muy implícitos.
Y el acceso a la cultura sí se coloca como salvavidas para Áurea: hacerse mejor y hacer su vida mejor para la protagonista.
Claro, porque para mí la
cultura es lo más importante en la vida, es lo que te hace libre, es lo
que te permite un placer que no se agota como se agotan los otros
placeres es la gran tabla de salvación. La España que descubre Áurea es
muy estática socialmente. Ella descubre las clases sociales y lo
descubre como algo inmutable. Con el transcurso de estos treinta años
resulta que hay ascensos y descensos sociales, o sea que las cosas no
eran tan fijas como parecían.
El riesgo de crear un personaje que explique una generación o un país,
como en este caso, es que se quede en cartón piedra. ¿Cómo se enfrenta
el escritor a ese riesgo?
Es una cuestión de punto
de partida: puedes partir de lo general y buscar lo particular, o sea
puede ser el método inductivo o el método deductivo. Yo hay novelas que
a veces el autor parte de una idea muy buena y va a buscar la
demostración y yo intento hacer lo contrario. Siempre mis personajes
siempre parten de personas reales, luego las modifico cuanto haga
falta, pero siempre parten de personas reales y cuanto más real más
singular. La generalización vendrá después por sí sola y se leerá entre
líneas. Es peligrosísimo partir de una generalidad, porque además, como
decía Colette, todas las generalidades son incoloras. He procurado
partir siempre de personas reales, y las personas reales no son tópicas.
La Vanguardia, 27 de diciembre 2011 (Ubicación original)
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