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SIN AMOR NI LIBROS.

Laura Freixas aborda el tema de la incapacidad de escribir personificado en una cándida aspirante a escritora y sus contrariedades

 

Laura Freixas: Amor o lo que sea
Ed. Destino, Barcelona, 200 páginas

El mito de los bartleby sirve para explicar y ejemplificar el dolor de aquellos que sienten una poderosa pulsión hacia la escritura pero que jamás llega a reflejarse en el papel, o en la pantalla. Los bartleby se aferran a diferentes estrategias, como explicó ya Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía; y se podría decir que la última novela de Laura Freixas (Barcelona, 1958) es otra forma de interpretar tal frustración y la decepción posterior de un sujeto que consigue por fin escribir y descubre que no había para tanto. Amor o lo que sea, además, es una elaborada combinación de un viaje retrospectivo y una novela iniciática. El punto de partida es el de una escritora madura y con cierto reconocimiento que durante una entrevista con una joven e insegura periodista recuerda la angustia de sus inicios en el mundo literarío que, fatalmente, coincidieron con su primer gran amor y su primera gran decepción.

Tras acabar su licenciatura en Letras, Blanca encuentra trabajo en una editorial ubicada en la Barcelona de finales de los años setenta. Quiere escribir una novela y entrar a formar parte del restringido universo literario, pero las dudas y la propia ambición la paralizan: "No quería ser una escritorcita del montón, de mi tiempo y mi país -si hubiera podido habría escrito en esperanto-, ni siquiera una escritora: hasta el simple sufijo femenino ya era una odiosa limitación. No, yo quería ser un gran escritor universal, escribir una novela abstracta, inteligentísima, cultísima, inatacable. No había entendido que la única obra que no ofrece flanco alguno a la crítica, imposible de destripar, despreciar, ridiculizar, en fin, la única novela o cualquier cosa perfecta, es la que no existe".

Ante su incapacidad para escribir, Blanca recurre a las biografías que le obligan a leer en la editorial. En las vidas de Elizabeth Smart, Colette, Sylvia Plath, Amiel Angélica Balabánova, Gide, Breton o Madame de Sevigné, la joven aspirante a escritora encuentra todos los mensajes que ella quiere enviar al mundo acerca de la soledad, la literatura y, sobre todo, el amor. Freixas alterna la narración de la historia de Blanca -escrita con la agilidad y el lenguaje llano propios de la conversación entre amigas- con fragmentos de las supuestas biografías, en la misma línea ligera. Esta estrategia produce cambios de ritmo en el desarrollo a la vez que le permite reivindicar ciertos personajes, mayoritariamente femeninos, y recordar sus historias de amor, casi siempre adornadas con algún componente trágico.

Desencanto y resentimiento. Laura Freixas se sirve de la amargura de la narradora y del resentimiento del ambicioso escritor Leonardo Vlach para cargar contra cosas tan actuales como la política de los grandes grupos editoriales o el ambiente literario barcelonés; dice Vlach: "Sus padres eran de la Lliga: catalanistas, sí, muy catalanistas... en cuanto vieron que peligraban sus fábricas corrieron como conejos a echarse en brazos de Franco, a pedir perdón de rodillas, a cantar el Cara al sol, a hablar en cristiano, lo que hiciera falta... y ahora sus hijos, o sus nietos, viendo que soplan aires de izquierda, se preparan para subirse al carro... La gauche divine, ¡no me hagas reír!". De hecho, este resentimiento y desencanto inunda toda la narración hasta el punto que impide que se desarrollen otros aspectos que sólo quedan apuntados, como la evolución de Barcelona o la realidad que rodea a la escritora.

Leonardo Vlach es un argentino exiliado a causa de la dictadura militar de Pinochet que vive en Toulouse pero trata de entrar en el mundillo editorial y conseguir el premio literario que le hará conocido en todo el planeta. Para conseguirlo está dispuesto a cualquier cosa, desde seducir a Blanca para asegurarse información de primera mano hasta eliminar a sus competidores. Como era previsible, la cándida jovencita cae en la trampa, que a la vez será la vacuna que le inoculará el veneno del desencanto en suficiente dosis como para darse cuenta que al final nada merece tanto la pena como pensábamos, ni siquiera el amor, ni siquiera la literatura.





SONIA HERNÁNDEZ

La Vanguardia , 30/3/05