Album de Fotos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Laura Freixas: Cuentos a los cuarenta
Destino, Barcelona, 2001. 184 páginas.


Las mujeres de Cuentos a los cuarenta se refugian en el pasado, reviven y completan mentalmente deseos truncados o experiencias que no pudieron tener y que sólo perduran en la memoria.

Sería curioso confrontar este conjunto de relatos de Laura Freixas (Barcelona, 1958) a otro de igual naturaleza que la autora publicó en 1998 con el título El asesino en la Muñeca. Dejando aparte aspectos constructivos y técnicos, la diferencia esencial radica en la evolución del punto de vista. Hace apenas un año, Laura Freixas afirmaba en su ensayo Literatura y mujeres que las Obras de autoría femenina convertían en personajes literarios "a las mujeres por sí mismas y entre ellas, en vez de presentarlas siempre a través de sus relaciones con los hombres". Algo así podría afirmarse de estos nueve relatos, todos ellos escritos en primera persona, de los que sólo uno está puesto en boca de un narrador masculino. Pero hay más; los personajes de estas historias son, en realidad, variantes, de un arquetipo femenino: el de la mujer que se encuentra en la cuarentena, con su vida lo bastante encauzada para saber o añorar lo que dejó atrás, con más reminiscencias que proyectos, más llena de escepticismo que de fe en la vida. Es precisamente la unidad del punto de vista lo que proporciona cohesión a las historias bosquejadas en estas páginas y tiende lazos de parentesco entre ellas por encima de su variedad argumental. Enfrentadas a un horizonte sin estímulos, a un futuro desprovisto de nuevos caminos, las mujeres de Cuentos a los cuarenta se refugian en el pasado, reviven y completan mentalmente deseos truncados o experiencias que no pudieron tener y que sólo perduran en la memoria -como los "ex-futuros" unamunianos-, o bien se vuelcan en los sueños como sucedáneo de una vida marcada por la insatisfacción.

Muy significativamente, el relato que abre el volumen, titulado "Las puertas", se centra en una mujer que, aleccionada por un error involuntario, decide cortar con su vida anterior y convertir su experiencia en escritura, transformando decididamente en personaje literario al hombre que hasta entonces ha sido su amante. En este sentido, la literatura es también, como la memoria o los sueños, el único modo de transmigrar a una existencia diferente. Es también excelente el cuento de cierre, construido mediante la reducción de tiempo, tal como estaba compuesta, por ejemplo, la novela Fauna, de Héctor Vázquez Azpiri. En el cuento de Laura Freixas, titulado "La estación", la pregunta de un desconocido desencadena un salto hacia atrás en los recuerdos de la narradora, hasta un momento lejano en que se malogró un amor ilusionado que ahora, veintidós años más tarde, parece posible reanudar... Durante siete páginas asistimos a la evocación del pasado y a los nuevo proyectos, hasta que el personaje vuelve a la realidad y contesta a la pregunta del desconocido, que la había confundido con otra. Han pasado seis segundos en el tiempo de la historia, veintidós años en el tiempo del ensueño recreado y siete páginas en la escritura. A la interpelación inicial del hombre de la estación ("Hola. ¿Tú eres...?"), la mujer debe contestar finalmente: "No lo soy". La escena real concluye ahí, si bien el pensamiento de la narradora se prolonga en la frase que cierra el cuento: "Pero lo volveré a ser, pienso mientras se aleja" (pág. 184). Porque siempre es posible reconstruir, mediante el sueño o la evocación, la vida perdida. Éste es el denominador común de los relatos que integran Cuentos a los cuarenta. Una visión desoladora de la inevitable pérdida de los valores se da en "La entrevista", donde también se deslizan sugerencias acerca de la creación literaria y de la libertad del artista y que podría relacionarse con un cuento juvenil de Unamuno, titulado "Una visita al viejo poeta". Como era de esperar, no todos los relatos de Laura Freixas alcanzan la misma intensidad ni aciertan en igual medida al seleccionar los motivos para configurar la historia. Los hay un tanto pálidos, acaso porque predomina en ellos un excesivo afán de originalidad, un deseo de presentar asuntos insólitos o desconcertantes, así como cierta tendencia a la abstracción que erosiona un tanto su carácter narrativo, como sucede en "La noche" o en "El cielo". En cambio, "La loca de la casa" es una sutil e intencionada historia que se encuentra entre las mejores de un volumen más homogéneo en su intención y en su estilo que en sus logros estéticos. El lenguaje es un tanto monocorde y funcional, y no rehuye giros y estereotipos tópicos ("pudo entregarse en cuerpo y alma", pág. 139; "ha bajado a por el periódico y me ha dado el suplemento, mientras ella se enfrascaba en las noticias", pág. 144), pero, por lo demás, pocas objeciones cabe hacer, y ninguna de fuste. Hay algún despiste, como evocar "el Madrid de Lope, de Ladrón de Guevara, de Galdós" (pág. 35) cuando la serie parece exigir "Vélez de Guevara", y algún catalanismo, como el uso de "aguantar" (pág. 33) por "sujetar".

Ricardo Senabre

El Cultural (El Mundo), 4/4/01