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Laura
Freixas: Entre amigas
Destino, Barcelona, 1998. 192 páginas.
Si
la madurez es hacer recuento de nuestras pérdidas, reconciliarnos
con nuestros fracasos e instalarnos, finalmente y hasta puede
que felizmente, en nuestros logros asumiendo una conciencia diferente
a la que nos empujó en su día hacia ideales que
no llegaron, esta última novela de Laura Freixas (Barcelona,
1958) es antes un relato sobre la madurez que la reflexión
sobre la amistad entre mujeres que su titulo, Entre amigas, promete.
En
efecto, su punto de partida es el reencuentro en París,
tras catorce años de separación, de dos mujeres:
Elisenda (Eli), un ama de casa que en algún momento quiso
ser escritora, y, Martine (Tina), una pintora aún no del
todo reconocida, aunque brillante, de carácter luchador
e independiente y cuya personalidad fascinó siempre a la
primera, que es quien nos habla.
Freixas
sabe contar, y con la única reserva quizás de esa
segunda persona mediante la que Eli se refiere, en ocasiones,
a Tina -y que seguramente, a pesar de no estorbar, no sea necesaria-,
va profundizando con seguridad, claridad y economía en
los matices de un relato que es, en buena medida, el de muchos
de los españoles que hoy tienen entre treinta y cinco y
cincuenta años. El compromiso político, los primeros
escarceos amorosos de una juventud que luchaba por “liberarse",
los proyectos y vocaciones, el amor, el trabajo, los hijos, se
irán incorporando a una reflexión que sabe, además,
ir aún más lejos, dejarnos frente a ese sentimiento
de retirada habitable que bien podría ser la condición
de toda vida aceptada. No es una novela sobre la transición,
ni tampoco una novela política. Ni siquiera es una novela
para mujeres (por más que esté dedicada al Colectivo
Feminista y a la Alliance Française). Pero es una novela
contada desde el punto de vista femenino, y eso, inevitablemente,
politiza la cotidianidad a la que alude y reorganiza (y casi estoy
tentado de decir que “humaniza”) las prioridades de
un fragmento de nuestra historia.
Hay
más, obviamente: una relación que vuelve del pasado
y que se trae de allí algunas sorpresas. Y es ahí,
precisamente, donde cabría preguntarse por qué la
trama ha de ser tan emocionalmente efectista. Así se explica,
aunque de forma indirecta, que las protagonistas no necesiten
ser algo mayores (porque extraña un poco que, sin haber
cumplido aún los treinta y cinco, tanto Eli como Tina parezcan
sentirse ya irrenunciablemente unidas a sus respectivos mundos)
pero, sobre todo, se explica por qué unos acontecimientos
quizás demasiado juveniles han de irrumpir en una novela
que, en el fondo, se está construyendo sobre otras bases
más reflexivas y potentes, más interesantes, y cuya
verdadera sustancia está en el diálogo entre dos
mujeres cara a cara con sus vidas reales. Así, queda la
sospecha de que la solución anecdótica de unos hechos
que -a pesar de su efecto emocional- no hacen sino ratificar la
necesidad de argumento del lector que la tenga, es, en el fondo,
una concesión que la inteligencia de la novela no necesita.
Pero, en cualquier caso, Freixas pone mucho sobre el tapete y
sabe, al final, dejarnos la sensación de que ambas pérdidas
(la de Eli, la de Tina) son seguramente la misma, y que estas
dos mujeres que hablan en París se debaten, en realidad,
en la conciencia de todos.
Juan Carlos Suñén
ABC Cultural, 12/11/98 |